top of page

¿Aumenta la Realidad o Realidad Aumentada?

  • Foto del escritor: juanjovergara
    juanjovergara
  • 5 feb 2017
  • 4 Min. de lectura

Cuando tenía poco más de 12 años don Francisco –mi maestro- me pidió que me quedara al finalizar las clases. Cuando nos quedamos solos me miró severo y seguro de sí mismo.

- Juanjo, voy a decirte algo importante para tu futuro. Si quieres ser alguien en la vida debes aprender mecanografía.

Cargado del inmenso conocimiento que le investía como profesor acababa de marcar las tardes de los tres siguientes años de mi vida que –tras compartir su visión con mis padres- me llevaron a enfrentarme cada día a una Olivetti gris que difícilmente podré olvidar.

Al finalizar cada uno de esos años acudía a un masivo examen de capacitación que me permitió obtener una cartulina. El título aseguraba –con abundancia de sellos y firmas- que era un acreditado mecanógrafo.

Puedo afirmar que esto no me ha servido de nada en mi vida. No es de extrañar. Los ordenadores no estaban especialmente integrados en nuestras vidas y parecía necesario esforzarse en desarrollar destrezas en el uso mecánico de un teclado que –a juicio de don Francisco- aseguraría mi futuro laboral.

Cuando aprendía a escribir a máquina, los ejercicios que realizaba no prestaban demasiada atención al sentido de lo que escribía. A veces eran listas de letras, otras párrafos incomprensibles. Esto no era importante. Lo fundamental era la velocidad, la postura y la capacidad de no errar en la pulsación.

Años después comenzó a normalizarse el uso de ordenadores. Nuestros hijos –y nosotros mismos- dejamos de atender a la técnica y comenzamos a interesarnos por lo que se podía hacer con aquellos curiosos ingenios. Don Francisco ya se había jubilado, pero decenas de compañeros suyos comprendieron que la informática era la herramienta educativa el futuro. Así lo creyeron también decenas de administraciones educativas en todo el mundo que se afanaron en diseñar planes de formación para sus docentes en el uso de las “nuevas tecnologías”. Año tras año miles de docentes acudían a cursos en los que aprender a utilizar distintos programas, entornos virtuales de enseñanza, programación, recursos online …

Esto no ha cambiado mucho. Hoy día la mayoría de los foros sobre innovación educativa despliegan un catálogo interminable de aplicaciones que nacen y mueren a la velocidad de la luz. El denominador común de todos ellos es que prometen ser la llave de la innovación en las aulas. No es de extrañar que decenas de docentes se afanen en no perder el tren de las novedades.

La segunda década del siglo ha ampliado el territorio que habitamos gran parte de los ciudadanos del planeta. La enseñanza –como no podía ser de otra forma- explora los recursos que ofrece diseñando estrategias y herramientas virtuales para aprender en este nuevo espacio de aprendizaje. Tanto es así que es más sencillo encontrar, en los bancos de recursos didácticos, un programa que simula la geografía del espacio que las imágenes del cielo en una estrellada noche de verano.

Mi opinión –y no hay más que leer la relación de cursos de formación para docentes en innovación- estamos “pinchando en hueso” (permítaseme el popular uso castellano).

La innovación en educación no pasa por entender la tecnología como un recurso. Es un espacio que se ha incorporado a nuestro territorio. En él habitamos al igual que en la realidad. Este ensanchamiento del espacio vital de nuestros alumnos exige un cambio de mentalidad en la forma de entender lo que es importante aprender y para qué sirve.

Sin duda podemos utilizar la virtualidad para crear luminosos recursos que deslumbren a nuestros alumnos en la acumulación de los contenidos de siempre. Pero no estaremos haciendo nada interesante. Quizá la idea a desarrollar es cómo conseguir que nuestros alumnos habiten este espacio de forma crítica. Que se empoderen de su realidad –real y virtual- y sirva para construir una ciudadanía global. Comprometida y activa. Nada que ver con los planes de formación docente en el manejo de la red, las tecnologías o el artificio de las aplicaciones de moda.

Don Francisco creía que mi futuro quedaba asegurado manejando las máquinas de escribir. No se interrogó sobre qué era lo que iba a escribir con ellas, a quién lo iba a dirigir y qué consecuencias podrían tener los folios que día a día producía en las clases de mecanografía.

Con don Francisco ya jubilado y en la segunda década del siglo creo oportunas iniciar algunas preguntas:

  • ¿Cuántos planes de formación dejan de centrarse en el manejo de aplicaciones y se centran en los procesos?

  • ¿Cuántos centran su interés en la comprensión profunda de la realidad y virtualidad que los alumnos habitan cada día?

  • ¿Qué van a hacer con ello?

  • ¿Cómo modifican la relación docente-aprendiz?

  • ¿Cómo se incorpora a la estructura organizativa de los centros?

  • ¿Qué consecuencias tiene en la curación de contenidos y la propia estructura del currículum?

  • ¿Qué consecuencias tiene en la organización del tiempo y los espacios escolares?

  • ¿Cómo está sirviendo para incluir efectivamente a la comunidad: familias, entidades sociales, barrio, ayuntamientos…?

  • ¿Cómo está sirviendo para construir una mentalidad global que ayude a comprender la diversidad, interpretar el mundo (real, virtual y complejo) y sentirse parte de la ciudadanía global?

  • ¿Cómo sirve a los alumnos para empoderarse de la realidad y actuar comprometidamente con ella?

  • ¿Cuántos equiparan observar el cielo estrellado de una noche de verano con la simulación de un ordenador de la geografía del espacio?

 
 
 

Yorumlar


© Juanjo Vergara.

bottom of page