[Publicado en Cuadernos de Pedagogía diciembre 2022]
Hace décadas DEseCO definió las competencias como aquellas destrezas que pueden ser demostradas en la práctica. Hace tiempo alerté que estas exigen dos acciones[1]:
· Desarrollar dichas habilidades, y
· Facilitar que se puedan ejercer en la realidad.
Desgraciadamente, la historia de la educación en competencias se ha ocupado mucho más de la primera que de la segunda ya que esta exige apostar por el empoderamiento de los ciudadanos. No es de extrañar que nuestras sociedades desborden personas altamente capacitadas a quienes no les dejan ejercer sus saberes: alienadas pero instruidas (ApI)[2]
El golpe de timón que intenta la reforma educativa española busca dirigir el horizonte del aprendizaje a la formación centrada en las competencias y alejarse de modelos basados en la irreflexiva acumulación de saberes. No es de extrañar el sentimiento de incomodidad que padecen los reaccionarios al cambio educativo cuando buscan mantener un modelo trasnochado intentando adaptar a la nueva ley sus añejas programaciones, las metodologías que utilizan desde hace décadas o una evaluación exclusivamente juzgadora que hace décadas no tiene sentido en una sociedad como la actual.
Las apuestas mundiales sobre el avance de la educación para el siglo que habitamos intentan actualizar al conjunto de los docentes al mundo digital. Para ello pretenden incentivarlos para que incorporen el uso de los cacharros digitales en su trabajo.
Han decidido que lo más inteligente será etiquetar al profesorado como A1, A2, B1, B2, C1 y C2 en la competencia digital docente. La nomenclatura es fácil de reconocer ya que se asemeja a la del dominio a las distintas lenguas. Así que cada comunidad educativa está volviéndose loca para definir cada uno de esos tramos y poder llevar a la práctica la necesaria acomodación de su profesorado al tecnológico mundo que vivimos.
Parece que -en términos generales- “A” será manejar básicamente las aplicaciones digitales, “B” supondrá una cierta aplicabilidad en el aula de cada docente y la “C” el uso de las tecnologías digitales en la innovación.
Los organismos encargados de asegurar este avance digital, evalúan los cursos que ya tienen activos y determinan si estos invitan al uso de las tecnologías, su aplicabilidad en el aula y la innovación que estos suponen. Curiosamente, la mayoría de ellos -incluso los que temáticamente se centran en la tecnología- tan solo pueden ser etiquetados como A1 o A2. Para remediar esto, está siendo habitual que los cursos exijan que lo aprendido en ellos se implemente en el aula. Esto nos acerca al B1 -poco al B2-.
Sobre la necesaria competencia digital que los docentes deben ejercer podemos hacer algunas afirmaciones que invitan a pensar que lo más interesante es su capacidad para provocar aprendizajes en el mundo híbrido que habitamos. Esto no exige solamente manejar tecnologías. Busca ayudar a reflexionar sobre su utilidad en la construcción de un mundo como el que soñamos a diario en nuestras aulas y nuestras vidas:
1. La discusión nuclear no es si se utilizan aplicaciones digitales a la enseñanza. Lo relevante será saber cuáles se emplean, qué cosas permiten hacer y cómo orientan el proceso de enseñanza-aprendizaje al servicio de los docentes y no las empresas tecnológicas (A1 y A2)
2. Es interesante discutir si la tecnología digital se emplea en el aula invitando a que el alumnado entienda que el mundo que vive es híbrido, y por tanto, incluye tanto lo físico como lo virtual (las tortillas de patatas y Tiktok) (B1 y B2)
3. También es fundamental discutir qué entendemos por innovación. Esta tiene que ver con crear espacios de cambio escolar orientados a la creación de pensamiento crítico, creativo y comprometido con las necesidades de desarrollo humano. Innovación que abre los ojos del alumnado a la realidad que tiene delante de ellos. Innovación entendida como la necesidad de emprender proyectos de aprendizaje abiertos y con recursos variados y no con deslumbrar(nos) con las “lucecitas” que permite la última versión del video-juego de turno. Sea “programa educativo” o no. (C1 y C2)
Desgraciadamente, hacer que el empleo de la tecnología digital suponga un agente de cambio educativo e innovación -es decir C1 y C2- parece que queda en un futuro incierto que dependerá de la estabilidad que demuestre tener este cambio de paradigma en la forma de entender el aprendizaje orientado a las competencias.
La escuela no puede ir cien años por detrás del mundo en el que vive y exige de los docentes que desarrollen competencias digitales. Esto no tiene que ver con incorporar los cacharros tecnológicos al aula. Lo que es necesario es que se comprenda -de una vez- que la realidad actual es un hibrido virtual-físico en el que se produce el aprendizaje.
Lo importante es apremiar a las escuelas a comprender que son agentes de primer orden en la decisión de qué mundo queremos construir. Un mundo que parece colapsar en lo físico y lo virtual fruto a emergencias medioambientales, de control y desigualdad.
La competencia digital docente será la que permita a los docentes a incorporar en sus clases la necesidad de empoderarse en un mundo virtual y físico -hibrido, en definitiva- para comprometernos todas (las personas) en el sueño de una sociedad al servicio de ellas[3].
· La competencia digital docente no sirve para comprar, pero si para cuestionar el consumo exacerbado que padecemos en el mundo. Físico y virtual.
· La competencia digital docente no debe servir para generar relaciones sociales estereotipadas, pero si para aumentar la calidad y cantidad de interacciones cercanas y reales.
· La competencia digital docente no sirve para hacer homogéneo el ocio, pero si para ampliar el espacio que este puede crear.
· La competencia digital docente no sirve para que la empleabilidad de los ciudadanos sea un agente que les invita a la competitividad, pero si para democratizar el acceso al trabajo y que este sea una actividad humana y provechosa para todas las personas.
· La competencia digital docente no sirve para amplificar las mentiras -fake news- o el simulacro en la pelea política, pero si para facilitar la comunicación entre las comunidades socialmente emprendedoras. Los barrios, las iniciativas sociales, los colectivos y organizaciones comprometidas con generar un discurso de apoyo mutuo.
· La competencia digital docente no sirve solo para tecnificar las clases, pero si para crear comunidades de aprendizaje en la práctica: aprendices y docentes.
· La competencia digital docente no sirve para que los más ricos puedan tener un médico al otro lado de su celular, pero si para que entendamos que la sanidad, el medio ambiente, los cuidados y el entorno que habitamos son necesarios más que nunca si queremos conservar la vida humana -virtual o física: híbrida en definitiva-.
Hay decenas de docentes competentes digitalmente que emplean normalizadamente en sus clases los abrazos y las redes sociales. Para ello usan los barrios, sus aulas, los patios, las redes sociales, podcast, web, etc. Lo hacen con una finalidad de cambio y compromiso con su alumnado. Esta es su idea de la innovación educativa. Esta es la competencia digital docente que necesitamos. Decenas de docentes que llevan años haciéndolo sin necesidad de etiquetas A, B o C. Es a ellos y ellas a quienes debemos preguntar sobre el foco que deben tener las competencias de los docentes:
· Docentes que utilizan la tecnología y la vida para entender el aprendizaje como algo complejo y centrado en la construcción de experiencias que abren la reflexión crítica del alumnado.
· Docentes que emplean la enseñanza y la tecnología para invitar a reflexionar sobre los modelos de desarrollo y destrucción del planeta.
· Docentes que usan la tecnología y sus clases para acompañar procesos de empoderamiento de su alumnado en relación con la realidad que habitan cada día en sus casas, sus barrios y los medios de comunicación.
· Docentes que alertan de los peligros de dominación que puede tener el acceso descontrolado a billones de datos personales alojados en una tecnología aparentemente inocente (IoT)
· Docentes que invitan a soñar un futuro híbrido en el territorio (físico y virtual) pero único en la finalidad: lo humano.
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[1] Vergara, J. (2015): “Aprendo porque quiero. El ABP paso a paso”. Madrid. BIE-SM [2] El fenómeno que denomino ApI debe ser objeto de reflexión más extensa y no solo en términos de empleabilidad o salud mental como está sucediendo hasta ahora. Es la manifestación de una patología social que está perdiendo a las personas en la carrera del desarrollo. [3] Marco de referencia de la competencia digital docente actualizado (2022). También ver Resolución de 4 de mayo de 2022 de la Dirección General de Evaluación y Cooperación Territorial (BOE de 16/05/22)
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