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El esfuerzo y el placer en el aprendizaje.


La discusión sobre el valor del esfuerzo o la necesidad del placer a la hora de diseñar las clases, es una constante a lo largo de los años. Tanto es así que a los pocos minutos de comenzar este debate, es fácil reconocer dos bandos perfectamente marcados entre los defensores y detractores de uno y otro concepto.


Hay docentes que señalan la necesidad reconocer que el aprendizaje es fruto de un duro esfuerzo. Hay que aclarar este hecho a los aprendices de forma que se sometan a este duro proceso. Algo que les llevará a obtener unos resultados excelentes.


Por otro lado, encontramos quienes sostienen que el aprendizaje debe ser un acto de placer. Según este grupo, la preparación de tus clases debe atender especialmente a conseguir que el alumnado se divierta con el tratamiento de los nuevos contenidos.


Estos últimos dedican una parte importante del tiempo en “motivar” al alumnado mediante juegos y dinámicas de diverso tipo. Los primeros suelen sostener que todo aquello es una pérdida de tiempo que distrae de lo realmente relevante: el contenido a tratar.


Esta discusión se vierte sobre dos premisas que considero erróneas:


1.- El placer y el esfuerzo son conceptos contradictorios.

2.- Iniciar un proyecto educativo -una sencilla clase o un complejo trimestre- debe partir con la diversión como detonante del aprendizaje.


Aprender genera esfuerzo y dedicación, pero situar estos conceptos como valor único destierra al fracaso más absoluto a quien diseñe sus clases. Es necesario que consiga demostrar que el contenido del aprendizaje tiene utilidad para el alumnado.


Esto sucede cuando lo que aprendemos nos facilita la vida, nos ayuda a comprender mejor lo que nos rodea o nos refuerza en la capacidad propia para desarrollar destrezas personales y sociales. Lo que nos da la clave del diseño de nuestras clases es la conexión del contenido del aprendizaje con las vidas concretas del alumnado. Solo produce placer aquello que nos alimenta personalmente conectando aquello que aprendemos con alguna necesidad que percibimos en nosotros-as mismos-as: comprender mejor lo que sucede a nuestro alrededor, ser más hábiles socialmente, adquirir alguna habilidad -como tocar el piano, por ejemplo, etc.


Así pues, un proyecto no se inicia con la diversión de los aprendices si no con la sorpresa que produce vivir un suceso en primera persona. Tu alumnado debe comprender que aquello que quieres tratar en tus clases habla de ellos y ellas mismas. Para ello diseñas un detonante que conecta los contenidos escolares con sus vidas. Esto puede ser divertido o, todo lo contrario. Lo que es necesario, es que sea imposible no emprender el viaje que inicia el proyecto.


¡Cuántas veces queremos que el tema protagonista de nuestras clases sea trágico o problemático: las guerras, la desigualdad, la contaminación, etc.! Cualquiera de estos temas conseguirá crear la Intención de emprender un proyecto en la medida que busque la relación de nuestro alumnado con ellos: ¿cómo vive un adolescente la guerra?, ¿por qué Luis nunca va de vacaciones a la playa?, ¿a qué huele tu barrio?, etc.


La clave en su diseño será que seamos capaces de preguntarnos ¿qué dice de nuestro alumnado -de sus vidas concretas- aquello que quiero tratar en mis clases? Iniciar este viaje será la aventura del aprendizaje. Una aventura imposible de evitar ya que habla de cada una de las personas que la inician.

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