¿Qué peligros trae la inteligencia artificial? ¿abre posibilidades o amenazas al diseño educativo? ¿alumnado y docentes están preparados para esta nueva realidad? Estas y otras muchas son preguntas que ocupan buena parte de la discusión en foros educativos de todo tipo desde que el Chat GPT se hiciera viral hace algunos meses.
La discusión abrió una dicotomía sencillamente estéril. La IA es una realidad y los argumentos a favor o en contra de ella no conseguirán evitar su existencia en el mundo y tampoco en educación. También sabemos que los esfuerzos de control por parte de los estados sobre ella irán -posiblemente- por detrás de su desarrollo tecnológico y será muy desigual en las distintas regiones del planeta.
La posibilidad de utilizar esta herramienta para hacer tareas mecánicas en educación hace tambalear la pervivencia de los modelos de enseñanza tradicional. Sobre todo, si pensamos que será muy difícil comprobar la diferencia de un alumno o alumna que la emplee para -por ejemplo- resumir un libro u ofrecer un trabajo monográfico sobre una temática dada. Tampoco parece fácil identificar los diseños de aquellas “situaciones de aprendizaje” creadas por los docentes con IA de las que han sido elaboradas al margen de ella. Parece que los peligros-beneficios de la IA se dirigen tanto al profesorado como al alumnado.
Hasta hace poco tiempo, la discusión que podía leerse continuamente era sobre los peligros que ofrece la “virtualidad” frente a la “realidad” en nuestra juventud: Las redes sociales virtuales frente a las relaciones humanas directas.
Esta discusión abría una dicotomía que ignoraba el único dato objetivo que puede describirse: la realidad es única. No hay frontera entre lo virtual y lo físico. Ambos espacios pertenecen a las vidas de las personas. Es necesario poner el foco de discusión, no tanto en atacar o defender el empleo del “mundo virtual”, como insistir en el desarrollo de modelos de pensamiento crítico en aprendices y docentes. Formas de pensamiento que inauguren modelos de desarrollo basado en las relaciones humanas frente a los edificados en los dineros y las cosas.
La emergencia de la IA en educación abre algunas preguntas que podría ser interesante debatir:
¿Qué es importante enseñar y aprender?
¿Cómo evaluamos el aprendizaje?
·¿Qué modelos éticos de desarrollo humano defiende nuestro hacer educativo?
·¿Quién y dónde se tiene acceso a la IA y con qué fines? ¿Abre nuevas brechas de desigualdad o trabaja a favor de la equidad?
La democratización de la post-verdad que ha supuesto la extensión de las aplicaciones que son capaces de crear fácilmente contenidos de IA, pone de manifiesto una necesidad imperiosa:
La educación tiene sentido en la medida que acompaña a la juventud a construir un pensamiento crítico frente a los modelos de desarrollo actuales.
No se trata de sumarse al revuelo creado a favor o en contra de la existencia de la IA. Ésta es parte de una realidad que habitamos. Nos guste o nos desagrade. Una realidad que extiende las relaciones sociales entre los planos físicos y virtuales. Una realidad que acerca la pobreza a nuestras retinas, el cambio climático, la violencia, las guerras, los modelos de desarrollo que destrozan las posibilidades de supervivencia en el planeta o la competitividad como valor prevalente frente a la solidaridad y el respeto. La verdad y la falsedad. También la lucha contra las enfermedades o las conquistas científicas.
Las urgencias de la educación siguen intactas y exigen que nuestra juventud se vea acompañada en la creación de modelos de pensamiento que juzgan y dan criterio a la realidad que habitan. Que se les invite a soñar el mundo que desean construir y a cuestionar la realidad existente. A crear valores compartidos de desarrollo que responda a su mirada crítica y libre.
Todas estas, son las tareas de la educación. Para ello solo cabe asumir que necesitamos -con la emergencia de la IA también- la construcción de ciudadanos críticos y libres con capacidad de analizar la realidad y soñar formas de desarrollo comprometidas con las personas.
Necesitamos narrativas que nos acompañen en la vida. Tanto en la realidad, como en la virtualidad.
En la práctica supone asumir que la tarea principal de la enseñanza sirve a este fin y no -solamente- a reproducir memorísticamente datos, textos o crear simulacros ficticios de realidades que no invitan al análisis de la realidad que habita el alumnado. También que nuestras clases deben centrarse en desarrollar un modelo de pensamiento crítico y no obsesionarse con filias y fobias sobre el uso en ellas de la tecnología.
Supone -en definitiva- asumir que lo tratado en las clases está al servicio de la construcción de personas con capacidad de analizar aquello que les rodea y tomar partido en relación con su juicio crítico. No simplemente de asimilarla como la única posible.
Las consecuencias son evidentes e invitan a que la mirada del profesorado -frente a los saberes que debe impartir- se asocie siempre a algunas preguntas:
· ¿Qué dice de la vida de mi alumnado?
· ¿Dónde puede verlo en su realidad cotidiana?
· ¿Cómo le ayuda a comprender la realidad mejor?
· ¿Qué puede hacer con ello? ¿Para qué le sirve?
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